En un reino muy lejano, habitó una vez un rey noble y justo que deseaba con fervor tener un hijo junto a su reina. Después de largo tiempo, el monarca pudo por fin disfrutar el advenimiento de una hermosa hija. La princesita tenía una piel muy suave y unos cabellos rubios radiantes como el Sol, y desde todo el reino, las personas se acercaban para brindarle regalos y admirar la belleza de la pequeña hija del rey. Durante la fiesta de bautismo de la princesita, no sólo acudieron personas de todas las edades, sino también unas criaturas fantásticas conocidas como hadas. Aquellas tres hadas eran pequeñas como la palma de la mano, pero su bondad y su poder eran muy grandes, y al ver a la niña quedaron tan asombradas de su belleza, que no tardaron en obsequiarle cada una un don especial. “Te concedo el don de la elegancia”, “Yo te doy el don de la amistad”, “Y yo por mi parte te regalo el don de la alegría”. Así fue como las tres hadas celebraron el nacimiento de la pequeña princesa, y
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