En un reino muy lejano, habitó una vez un rey noble y justo que deseaba con fervor tener un hijo junto a su reina. Después de largo tiempo, el monarca pudo por fin disfrutar el advenimiento de una hermosa hija. La princesita tenía una piel muy suave y unos cabellos rubios radiantes como el Sol, y desde todo el reino, las personas se acercaban para brindarle regalos y admirar la belleza de la pequeña hija del rey.
Durante la fiesta de bautismo de la princesita, no sólo acudieron personas de todas las edades, sino también unas criaturas fantásticas conocidas como hadas. Aquellas tres hadas eran pequeñas como la palma de la mano, pero su bondad y su poder eran muy grandes, y al ver a la niña quedaron tan asombradas de su belleza, que no tardaron en obsequiarle cada una un don especial.
“Te concedo el don de la elegancia”, “Yo te doy el don de la amistad”, “Y yo por mi parte te regalo el don de la alegría”. Así fue como las tres hadas celebraron el nacimiento de la pequeña princesa, y aunque todo fue alegría y regocijo durante unos minutos, apareció de pronto una bruja de aspecto oscuro que apagó las velas de un soplo. Era la bruja Maligna, que no había sido invitada a la celebración por practicar las artes oscuras.
El rey se puso muy nervioso al ver a Maligna, y la reina se desmayó por completo en su asiento. Al acercarse a la cuna de la princesita, la bruja decidió lanzar un hechizo oscuro por haber sido rechazada, y dijo de esta manera: “Dentro de exactamente quince años, te pincharás el dedo con un huso, y tan pronto aparezca la primera gota de sangre, caerás muerta al instante”. Dicho aquello, Maligna desapareció de aquel lugar, y las velas se encendieron nuevamente.
Las personas reunidas quedaron en un profundo silencio, la reina, ya recuperada, comenzó a sollozar desconsoladamente, y el rey amenazó con lanzar todo su ejército en busca de la bruja Maligna para acabar con ella. En ese momento, las hadas se reunieron en torno a la cuna, y aunque no tenían suficiente poder para deshacer el hechizo de la bruja, sí lanzaron un conjuro que le permitiría a la princesita ser salvada por un beso de amor verdadero.
Aun así, el rey no quedó convencido y ordenó a sus soldados que salieran por el reino y destruyeran todos los husos que encontraran a su paso. Al cabo de unos días, el reino se encontraba cubierto por enormes montañas de husos que se quemaban al calor del fuego, y con el paso del tiempo, las personas del lugar olvidaron el temible hechizo y vieron como la princesita crecía cada vez más y se llenaba de una belleza difícil de describir.
Durante exactamente quince años, todo fue alegría en aquel reino. La pequeña niña hija del rey se había convertido ahora en una muchacha deslumbrante que correteaba por el reino y le gustaba rodearse de animales. Un buen día, mientras caminaba por las calles del reino, encontró una pequeña casita que le llamó la atención. La puerta de la casita se encontraba abierta, y sin pensarlo dos veces, la princesa se adentró en el lugar.
En la última habitación, había una anciana que hilaba con cuidado su copo en un desgastado huso. Atraída por aquel objeto, y como nunca antes lo había visto, la joven le pidió a la anciana que le permitiera utilizarlo, y mientras aprendía a colocar el hilo en el huso, sucedió algo terrible. La princesa se había pinchado con la aguja y tan pronto apareció la primera gota de sangre en su dedo, cayó al piso.
Al enterarse de la noticia, el rey convocó a todos los doctores del reino para que resucitaran a su pequeña, pero como la bruja había prometido con su hechizo, nada podía salvarla. Ni siquiera los brujos pudieron devolverle la vida a la princesa. Entonces, el rey decidió construir una hermosa torre dentro del palacio, y en lo alto, preparó una habitación con una cama de hilos de oro para colocar el cuerpo de su desvanecida hija.
Cuando las hadas buenas supieron del terrible suceso, decidieron también hechizar a todos los habitantes del castillo, para que la princesa, cuando despertara, pudiera reconocer a sus padres, a los soldados y hasta los cocineros. Así fue entonces que pasaron cien años desde aquel momento, y como era de esperarse, el castillo quedó abandonado poco a poco, repleto de ramas de árboles que penetraron por la ventana y por las puertas hasta inundar el lugar.
Las personas del reino se olvidaron con el tiempo del rey y de su hija, pero una tarde de verano, un príncipe lejano que se había extraviado cerca del lugar, arribó al castillo abandonado, y se sorprendió de ver tantas personas durmiendo en las habitaciones. Como era un joven curioso, decidió subir las escaleras hasta la última alcoba, donde se encontraba justamente la princesa encantada.
Nada más que arribó al lecho de la joven, el príncipe quedó completamente enamorado de su belleza, y sin poder contenerse, se arrodilló en el suelo y acercó sus labios a la princesa para besarla. En ese momento, la magia se deshizo y por primera vez en cien años, la bella durmiente abrió sus ojos. Por supuesto, también lo hicieron todos los habitantes del castillo, y el rey y la reina corrieron a toda velocidad para encontrarse felizmente con su hija.
Desde ese instante, la alegría y la esperanza retornaron al reino, el castillo fue reparado y la pareja de enamorados celebraron una boda maravillosa por varios días, tuvieron dos niños encantadores, y fueron muy felices por el resto de sus días.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog